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“El Hijo De David”

Por David Vaughn Elliott


ERA UNA multitud grande. Mientras se dirigían del monte de los Olivos hacia la ciudad de Jerusalén, tendían sus mantos y ramas de los árboles en el camino. ¿Quién era este que venía cabalgando sobre un asno? La multitud clamaba, “¡Hosanna, al Hijo de David!”

Cuando llegaron a Jerusalén, la ciudad completa se conmovió y quería saber quién era. “Este es Jesús el profeta, de Nazaret de Galilea.” Todo esto fue para cumplir la profecía: “He aquí, tu Rey viene a ti, manso, y sentado sobre una asna.” (Vea Mateo 21:1-11.)

¡Qué tiempo más emocionante para los judíos! ¡He aquí Jesús, el Rey, el Hijo de David, cabalgando triunfantemente hacia su ciudad capital! La profecía se cumplía delante de sus ojos. ¡El tan anhelado Mesías había llegado! El tan anhelado “Hijo de David”, el Rey de Israel, estaba en medio de ellos.

Desde Mateo hasta Apocalipsis

La primera expresión que el Nuevo Testamento utiliza para identificar a Jesús es “el Hijo de David.” Mateo empieza su libro de esta manera: “Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David.” Para el judío del primer siglo, tales palabras estaban llenas de significado. Proclamaban que Jesús cumplía numerosas profecías. Proclamaban que él era el tan anhelado Rey, descendiente de David.

Al final del Nuevo Testamento se identifica a Jesús de la misma manera. Estas son las palabras que se encuentran apenas seis versículos antes del fin de la Biblia: “Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana” (Apocalipsis 22:16).

El hecho de que Jesús es del linaje de David fue uno de los temas proféticos básicos del Antiguo Testamento. Probar que Jesús descendió de David es una manera importante para probar que él es el Mesías prometido.

Las Genealogías de los Evangelios

Mateo comienza su evangelio con una lista larga de nombres para probar que Jesús es el Mesías. La lista no lo dice así, pero, como en tantas partes de Mateo, la lista en efecto dice que “así se cumplió lo que fue dicho por los profetas.”

Lucas, también, contiene una lista genealógica más larga que la de Mateo. Alcanza hasta Adán (Lucas 3:23-38). Desde Abraham hasta David, las dos listas son idénticas; pero, desde David hasta Jesús, son diferentes. ¿Cómo puede ser?

Tanto José como María están involucrados aquí. Tocante a María, ella fue la madre física de Jesús. Lucas nos cuenta la historia de la concepción de Jesús desde el punto de vista de María. Por ejemplo, Lucas registra la aparición a ella del ángel Gabriel.

La genealogía de Lucas comienza: “Jesús mismo al comenzar su ministerio era como de treinta años, hijo, según se creía, de José, hijo de Elí” (Lucas 3:23). Para los judíos, el linaje legal era llevado por medio del padre. Por eso se menciona a José. Pero la clave está en las palabras “según se creía.” Jesús supuestamente, ante los ojos del mundo, fue hijo de José. Pero en verdad, no lo fue. El fue hijo de María. María fue la hija de Elí. La genealogía en Lucas es de María.

Mateo escribe desde el punto de vista de José. El registra la aparición del ángel a José. La genealogía es la de José. “Y Jacob engendró a José, marido de María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo” (Mateo 1:16). Jacob (no Elí) fue padre de José. José no fue el padre de Jesús. Más bien, fue marido de María, de la cual nació Jesús.

Tanto María como José eran de la casa de David. Jesús era doblemente Hijo de David: físicamente por medio de María y legalmente por José, su padrastro.

Aparte de las genealogías, tanto Mateo como Lucas parecen dar más énfasis en el linaje legal. El ángel se dirige a José como “José, hijo de David” (Mateo 1:20). Aun Lucas, que escribe desde el punto de vista de María, señala el linaje de José. “Y José subió…a la ciudad de David, que se llama Belén, por cuanto era de la casa y familia de David” (Lucas 2:4). (Note: en Lucas 1:27 “la casa de David” aparenta referirse también a José. En Lucas 1:32 y 69 el linaje de David podría ser tanto por María como por José o ambos.)

Mateo y Lucas así dan los detalles de los hechos de lo que el Nuevo Testamento declara muchas veces desde Mateo hasta Apocalipsis. Jesús es del linaje de David. Por ejemplo, Pablo comienza el libro de Romanos con estas palabras: “acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne” (Romanos 1:3). Para ser el Mesías (Cristo), Jesús tenía que ser de la simiente de David.

La Promesa de Dios a David

Mil años antes del nacimiento de Jesús, la promesa se hizo al rey David. Dios prometió que aunque el hijo de David cayera en pecado: “mi misericordia no se apartará de él como la aparté de Saúl” (2 Samuel 7:15). Previamente, por causa de los pecados de Saúl, Dios rechazó a los descendientes de Saúl para que no fueran reyes. Ahora Dios prometió no hacer lo mismo con Salomón. Así que, cuando más tarde Salomón cayó en pecado grave, Dios no le quitó el reino de su familia.

La promesa de Dios hacia David llegó aun más allá. “Y será afirmada tu casa y tu reino para siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente” (versículo 16).

El Salmo 89 ensancha este maravilloso pacto con David. “Hice pacto con mi escogido; Juré a David mi siervo, diciendo: ‘Para siempre confirmaré tu descendencia, y edificaré tu trono por todas las generaciones’… Hallé a David mi siervo;…mi pacto será firme con él. Pondré su descendencia para siempre, y su trono como los días de los cielos. Si dejaren sus hijos mi ley, y no anduvieren en mis juicios…entonces castigaré con vara su rebelión…Mas no quitaré de él mi misericordia ni falsearé mi verdad. No olvidaré mi pacto, ni mudaré lo que ha salido de mis labios. Una vez he jurado por mi santidad, y no mentiré a David. Su descendencia será para siempre, y su trono como el sol delante de mí…” (Salmo 89:3,4,20,28-36).

Muchas veces las promesas de Dios son condicionadas. La Biblia está llena de tales condiciones. Sin embargo, el pacto de Dios con David es incondicional. Dios castigaría a los hijos de David individualmente por sus pecados. Sin embargo, “No mentiré a David. Su descendencia será para siempre, y su trono como el sol delante de mi.” Independientemente de los pecados de los descendientes de David, Dios cumpliría su promesa.

¡Qué bendición más tremenda para nosotros! Si no fuera así, el bendito Hijo de David nunca hubiera caminado sobre la tierra. Estaríamos sin Rey, sin Salvador. El plan de Dios para enviar a Jesús al mundo no dependía de la fidelidad del hombre. Dependía de la fidelidad de Dios. Dios enviaría a su Hijo al mundo sin hacer caso a lo que los hombres hicieran. ¡Gloria a Dios!

El Linaje de David No se Interrumpe

En los postreros días de su reino, el mismo hijo de David, Salomón cayó en grave pecado. Como resultado, Dios castigó severamente el linaje de David. El dominio de una gran parte de Israel fue quitado de la casa de David. “Pero no romperé todo el reino, sino que daré una tribu a tu hijo, por amor a David mi siervo, y por amor a Jerusalén, la cual yo he elegido” (1 Reyes 11:13).

El profeta Ahías luego explicó a Jeroboam que él (Jeroboam) le quitaría diez tribus al hijo de Salomón. “Pero quitaré el reino de la mano de su hijo, y lo daré a ti, las diez tribus. Y a su hijo daré una tribu, para que mi siervo David tenga lámpara todos los días delante de mi en Jerusalén” (1 Reyes 11:35,36).

Las diez tribus que se separaron de la casa de David, llegaron a conocerse como Israel, el reino del norte. Sus dinastías no permanecieron. Durante doscientos años de existencia hubo nueve dinastías. En varios casos, Dios directamente intervino para exterminar una dinastía por la gran maldad de la familia.

El reino del sur llamado Judá, fue gobernado por la casa de David. Una y otra vez, aunque hubo reyes malvados, Dios no exterminaba la simiente de David. “Mas Jehová no quiso destruir la casa de David, a causa del pacto que había hecho con David, y porque le había dicho que le daría lámpara a él y a sus hijos perpetuamente” (2 Crónicas 21:7). (Vea 1 Reyes 15:3-5; 2 Reyes 8:18,19; 20:6.)

Hubo un tiempo cuando la familia real de Israel, el reino del norte, trató de poner fin a la familia real de David. Aquel rey malvado del norte, Acab, tenía una hija tan malvada como él: Atalía. Ella se casó con Joram, rey de Judá. Su hijo, Ocozías reinó por un año. “Cuando Atalía madre de Ocozías vio que su hijo era muerto, se levantó y destruyó toda la descendencia real” (2 Reyes 11:1).

¡No completamente! Un hijo infante de Ocozías escapó, llevado por su tía. Lo escondieron en el templo por seis años mientras Atalía reinaba. ¿Se había extinguido la lámpara de David? Parecía que sí. Sin embargo, cuando Joás tuvo siete años, el sacerdote Joiada hizo preparativos con toda Judá. En medio de grandes precauciones de seguridad, el pueblo proclamó a Joás rey, y mataron a Atalía.

En el proceso de hacer a Joás rey, Joiada explicó: “He aquí el hijo del rey, el cual reinará, como Jehová ha dicho respecto a los hijos de David” (2 Crónicas 23:3). ¡Dios guarda su palabra! No se cayó la casa de David. Por más de 300 años, Judá tenía una sola dinastía: la casa de David.

Los Profetas Enfocan la Promesa

La promesa como hemos visto hasta ahora acentúa la continuidad del reino de la Casa de David. Años después, con la casa de David todavía en el poder, los profetas comenzaron a señalar hacia un descendiente de David en particular que reinaría.

“Saldrá una vara del tronco de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces. Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová…Acontecerá en aquel tiempo que la raíz de Isaí, la cual estará puesta por pendón a los pueblos, será buscada por las gentes” (Isaías 11:1,2,10). Un vástago de Isaí vendría “en aquel tiempo” no solamente para reinar sobre Israel, sino también, “será buscada por las gentes.”

La Casa de David reinó en Jerusalén por 300 años. El último rey, Sedequías, fue llevado cautivo cuando Nabucodonosor destruyó a Jerusalén. El reinado de la casa de David parece haber terminado.

Oseas había previsto este tiempo. “Porque muchos días estarán los hijos de Israel sin rey, sin príncipe…Después volverán los hijos de Israel, y buscarán a Jehová su Dios, y a David su rey” (Oseas 3:4,5). Por unos 600 años los hijos de Israel estuvieron sin rey. Al fin de aquel tiempo buscarían a “David su rey.” El profeta Ezequiel también habla de un tiempo después de la cautividad y del regreso cuando “Mi siervo David será príncipe de ellos para siempre” (Ezequiel 37:25). Vea Ezequiel 34:1-31; 37:15-38.

¿Hacen referencia estas profecías, siglos después de David, a David mismo? Una razón para contestar en lo negativo es la manera en que Pedro interpreta las profecías de “David” (Hechos 2:25-35). Pedro cita un salmo en el cual David habla en la primera persona, como si hablara de sí mismo. Luego, Pedro explica: “el patriarca David, que murió y fue sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de hoy. Pero siendo profeta, y sabiendo que con juramento Dios le había jurado que de su descendencia, en cuanto a la carne, levantaría al Cristo para que se sentase en su trono, viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo” (Hechos 2:29-31).

Así que, cuando Ezequiel en profecía, parece hacer referencia a David mismo, el ejemplo de Pedro sugiere esta explicación: David murió y fue sepultado, pero Dios hizo promesas sobre un descendiente de David. Cuando Ezequiel dice “David” proféticamente, en verdad se refiere al descendiente prometido.

Jeremías habla en ambas maneras: de “David” directamente y del “Renuevo” de David. En Jeremías 30:9: “sino que servirán a Jehová su Dios y a David su rey” Sin embargo en 23:5 él dice, “levantaré a David renuevo justo, y reinará como Rey, el cual será dichoso.” Vea también 33:15. El primero dice “David”; los otros dos dicen “un renuevo” de David.

Los textos citados en Ezequiel y Jeremías se refieren a un tiempo de cautividad, a un regreso, y un nuevo Rey. Tomando a Pedro como un guía inspirado, y considerando la naturaleza paralela de estos textos, parece claro que las profecías con relación a “David” y con relación al “Renuevo” de David son una y la misma. “David” en profecía es Jesús, el Hijo de David.

Jeremías confirma este punto de vista en 33:17. Jeremías no dice que David se levantará de los muertos para sentarse en su trono. Al contrario dice, “No faltará a David varón que se siente sobre el trono de la casa de Israel.” Esto es apenas dos versículos después de referirse al “renuevo.” Los versículos 19-21 afirman que si uno puede parar la rotación de la tierra para que no haya día y noche, solamente así puede invalidarse el pacto de Dios con David “para que deje de tener hijo que reine sobre su trono.” El pacto, así, no hace referencia a un futuro reino de David mismo, más bien a un hijo de David.

El Cumplimiento

Pasaron varios siglos. Entonces, un día en el templo en Jerusalén, los Judíos están debatiendo si Jesús es el Cristo o no. “Pero algunos decían: ¿De Galilea ha de venir el Cristo? ¿No dice la Escritura que del linaje de David , y de la aldea de Belén, de donde era David, ha de venir el Cristo?” (Juan 7:41,42). Conocían las profecías del Antiguo Testamento y estaban en lo correcto en lo que afirmaron. ¡Lo que no sabían era que Jesús de hecho nació en Belén y en verdad era descendiente de David!

En otra ocasión cuando Jesús milagrosamente sanó a un hombre ciego y mudo, “toda la gente estaba atónita, y decía: ¿Será éste aquel Hijo de David? (Mateo 12:22,23). Habían estado esperándolo por siglos. Los grandes poderes para sanar dieron testimonio que él era alguien muy especial, ¡quizás el mismo Hijo de David!

Luego, una mujer con una hija poseída por un demonio clamó a Jesús: “¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí!” (Mateo 15:22). Algún tiempo más tarde, cerca de Jericó, cuando dos ciegos oyeron que Jesús pasaba por allí, clamaron, “¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de nosotros!” (Mateo 20:30).

Un poco después llega la entrada triunfal. Las multitudes rodearon a Jesús y clamaban, “¡Hosanna, al Hijo de David!…¡Bendito el reino de nuestro padre David que viene!…¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor! (Mateo 21:9; Marcos 11:10; Lucas 19:38).

Todo esto está de acuerdo con lo que Gabriel había dicho a María acerca de su hijo venidero: “Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin” (Lucas 1:32,33).

¿Es este “trono de David” físico o espiritual? Hay varias maneras para contestar la pregunta. Una manera es notar que según Mateo 1:11 Jesús es descendiente del rey Jeconías (también llamado Conías), quien fue el penúltimo rey de Judá.

Jeremías profetizó de Conías: “ninguno de su descendencia logrará sentarse sobre el trono de David, ni reinar sobre Judá” (Jeremías 22:30; vea 22:24-30 y 24:1). “¡Ninguno!” Sin embargo, Jesús es su descendiente, y Gabriel le dijo a María que Jesús iba a sentarse sobre el trono de David.

¿Cómo se puede armonizar esta aparente contradicción a menos que digamos que la clave es: “ni reinar sobre Judá”? Conías no tendría descendientes que se sentaran en un trono literal en Judá. Sin embargo, puesto que tienen que ser cumplidas todas las profecías que presenta la simiente de David sentado en su trono para siempre, el cumplimiento tiene que ser espiritual. Un estudio cuidadoso de Hechos 2:25-35 nos lleva a la misma conclusión.

El reino de David, sus soldados y su trono eran “de este mundo” completamente. Sin embargo, el reino de Jesús “no es de este mundo” y sus súbditos no serían soldados armados físicamente (Juan 18:36). Así que, el reino de Jesús no es de este mundo tampoco.

Jeremías 33:18, el versículo que sigue la profecía del “trono,” habla de levitas ofreciendo holocaustos ante Dios continuamente. Esto debe advertir a cualquier estudiante cuidadoso de la Biblia de no abogar por un cumplimiento literal. En el caso de los levitas y las ofrendas y los holocaustos, un cumplimiento literal negaría el evangelio. Esto es el tema de Hebreos desde el capítulo 7 hasta el 10. “Cambiado el sacerdocio” (7:12). “Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron” (10:6). Esto demanda una interpretación espiritual, simbólica de Jeremías 33:18. Los versículos 17 y 18 (de Jeremías 33) forman una sola oración. Puesto que la segunda mitad de la oración es simbólica, hay buena razón para creer que la primera mitad, acerca del trono, también es espiritual y simbólica por naturaleza.

No es Suficiente “Hijo de David”

El término “Hijo de David” fue un concepto inspirador para los judíos de la antigüedad. Sin embargo, estaban equivocados. Tenían la idea de un rey terrenal, un trono terrenal, y un reino terrenal, todo como los de David. Estaban pensando en acción militar y soluciones políticas. Una vez, de hecho, “iban a venir para apoderarse de él y hacerle rey” (Juan 6:15). ¡Jesús escapó de sus manos inclinadas al materialismo! Pensar en Jesús solamente o principalmente como el Hijo físico de David es muy inadecuado. Falla al blanco.

No podemos con orgullo echarles la culpa a los judíos de los tiempos de Jesús por su punto de vista materialista. Dado el “sabor” de muchas profecías del Antiguo Testamento, a lo mejor tendríamos también los mismos puntos de vista hoy como ellos. Hoy día, sin embargo, tenemos las interpretaciones del Nuevo Testamento de las profecías del Antiguo Testamento. Ciertamente, tenemos que mirar al Antiguo Testamento por medio de los ojos del Nuevo, y no al revés. De la misma manera que Pedro en el día de Pentecostés interpretó las profecías del “Hijo de David” y del “trono de David” a la luz de la muerte, sepultura, y resurrección de Jesús, tenemos que hacer también lo mismo.

Cuando Pablo predicó acerca de Jesús como el Hijo de David, no hacía referencia a un reino terrenal. Mas bien se refería a Jesús como Salvador. “les levantó por rey a David…de la descendencia de éste, y conforme a la promesa, Dios levantó a Jesús por Salvador a Israel” (Hechos 13:22,23).

Jesús mismo trató con las profecías del “Hijo de David.” Poco después de su entrada triunfal, hubo un gran día de preguntas en el templo. Esta era la última semana de Jesús antes de su muerte en el Calvario. Los fariseos, los saduceos, y los escribas retaron a Jesús con preguntas difíciles. Las respuestas de Jesús a estos “clérigos” eran tan brillantes que “ya ninguno osaba preguntarle” (Marcos 12:34).

Entonces le tocó el turno a Jesús para hacer una pregunta. “¿Qué pensáis del Cristo? ¿De quién es hijo? Le dijeron: de David. El les dijo: ¿Pues cómo David en el Espíritu le llama Señor, diciendo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies? Pues si David le llama Señor, ¿cómo es su hijo? Y nadie le podía responder palabra” (Mateo 22:41-46).

Jesús no negaba que El era “el Hijo de David.” Esto sería contradecir las Escrituras. Mas bien, Jesús les presentó esta dificultad para que ellos y nosotros pudiéramos pensar más profundamente. ¿Es el Mesías el Hijo de David o el Señor de David? Ellos no sabían. Los cristianos desde Pentecostés hasta el siglo veinte sí sabemos. ¡Jesús es ambos! Es tal y como Romanos 1:3,4 dice: “acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne, que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad.”

Jesús estaba tratando de hacer que ellos y nosotros entendiéramos que hay algo más envuelto en ser el Mesías que sencillamente ser pariente terrenal de David. Esa parentela física, de hecho, existía. Sin embargo, ¡Jesús es divino! Su reino es mucho más alto que cualquier reino terrenal de David. De hecho era el Hijo de David; ¡pero él es el unigénito Hijo del Dios Todopoderoso!

El Texto Bíblico ha sido tomado de la versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso.

Traducido por David L. Elliott et al.