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Jesús Reveló La Naturaleza Del Reino

Por David Vaughn Elliott


Los judíos del tiempo de Jesús creyeron que sus profetas habían predicho un reino que sería físico y nacionalista. No les podemos culpar. Muchas profecías en la superficie aparentan predecir días gloriosos para la nación física de Israel. Aun los apóstoles de Jesús vieron el reino en esa luz.

No es sorprendente que los doce apóstoles no entendieran la verdadera naturaleza del reino predicho. ¡Ni siquiera entendían que Jesús tenía que morir en la cruz para quitar el pecado del mundo! ¿Qué puede ser más básico para el evangelio que eso? Sin embargo, no lo captaron. Sus profetas ciertamente predijeron el sufrimiento de Jesús por el pecado. En adición, Jesús claramente se lo dijo antes de tiempo. No obstante, comoquiera no lo captaron. Cuando Jesús murió, los discípulos no alabaron a Dios por el gran sacrificio del Cordero de Dios. De ninguna manera. Pensaban que se había acabado todo. No es de maravillarse entonces, que no tenían idea de la verdadera naturaleza del reino de Dios.

Un cristiano verdadero necesita aceptar la interpretación de Dios para Sus profecías. “Ninguna profecía de la Escritura procede de interpretación privada” (2 Pedro 1:20). Por tanto, tenemos que estudiar los Evangelios. Tenemos que escuchar al Rey Jesús. Tenemos que interpretar las profecías del reino en el Antiguo Testamento a la luz de las revelaciones en el Nuevo Testamento.

El Sermón del Reino

Sí, normalmente lo llamamos “el Sermón del Monte”. No obstante, el lugar del sermón no importa. El contenido es lo importante.

Este sermón sobresaliente comienza con las famosas bienaventuranzas. ¿Y qué son? Son bendiciones relacionadas con el reino. El sermón abre con estas palabras: “Bienaventurados los pobres en el espíritu”, Jesús dijo, “porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5:3). Los que son humildes, los que reconocen su pobreza espiritual —el reino pertenece a ellos.

Al concluir las bienaventuranzas, se concentran en el tema de la persecución. “Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia”, dijo el Maestro, “porque de ellos es el reino de los cielos” (5:10). Esta no es una bendición sobre los que matan a los enemigos de Dios; es una bendición sobre los que son perseguidos. La persecución implica sufrimiento sin represalias. El reino de los cielos es para los que defienden la justicia cueste lo que cueste —los que están dispuestos a sufrir por lo que creen.

El reino de los cielos requiere santidad de vida. “Si vuestra justicia no supera a la de los escribas y fariseos, de ningún modo entraréis en el reino de los cielos” (5:20). Los escribas y los fariseos eran los líderes religiosos de los judíos. Según la declaración de Jesús, estos líderes judíos no estarían en el reino de los cielos. Esto significa que el reino no se basa en la nacionalidad, ni meramente en la religión. El reino es solamente para los que son verdaderamente justos ante los ojos de Dios.

Otra vez, en 6:33, Jesús enseñó que la piedad está relacionada con el reino. “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia”. En el contexto hay un contraste entre lo material y lo espiritual. Jesús ordenó a Sus seguidores a hacer que la justicia fuera su primera prioridad, antes que la comida y la ropa. Sí, Dios promete encargarse de lo material, pero esto es bajo la condición de que ponemos lo espiritual primero. El reino de Dios trata con asuntos espirituales.

La entrada al reino de los cielos depende de la relación que uno tiene con Jesús. “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (7:21). Este versículo se cita a menudo para señalar que meramente invocar el nombre de Jesús no es suficiente para entrar al reino; también, hay que ser obediente. Cierto. No obstante, la expresión, “No todo el que me dice: Señor, Señor”, contiene la inferencia fundamental de que una persona ciertamente tiene que reconocer que Jesús es Señor (Rey) para entrar en el reino. Este reconocimiento no es el requisito completo, pero es un requisito. Como Jesús aclaró en otro lugar: “nadie viene al Padre, sino por medio de mí” (Juan 14:6). Ni los judíos ni los gentiles pueden entrar al reino aparte de hacer a Jesús Señor de su vida.

Este sermón es un mensaje espiritual acerca de un reino espiritual. No contiene nada de una naturaleza política, nada de una naturaleza nacionalista, nada de un reino terrenal como el de David.

“El Reino de los Cielos es Semejante a…”

Para ayudar a Sus discípulos a entender mejor la naturaleza verdadera del reino de Dios, Jesús contó muchas parábolas. Mateo 13 registra siete de ellas: el sembrador, la cizaña, el grano de mostaza, la levadura, el tesoro escondido, la perla de gran precio y la red. Todas, menos la primera, comienzan con las palabras: “el reino de los cielos es semejante a…” Ni podemos decir que la primera sea en verdad diferente, porque la explicación de ella que da Jesús comienza así: “Cuando alguno oye el mensaje del reino” (13:19). Cuando los discípulos preguntaron por qué hablaba en parábolas, Jesús contestó, “porque a vosotros os ha sido dado conocer los misterios del reino de los cielos” (13:11).

No había misterios relacionados con el reino de David. Sin embargo, el reino de Jesús tiene misterios, precisamente porque no es un reino temporal, nacionalista. Estos misterios tienen que ver con la naturaleza espiritual del reino. Dicen como el reino se engrandece al sembrar la Palabra de Dios en el corazón de la gente. Los corazones son “capturados”, no los cuerpos. Algunos aceptarán el mensaje del reino mientras otros lo rechazarán. Algunos aceptarán al principio, y después rechazarán la Palabra de Dios por la persecución, y “el afán de este siglo” (13:22). Las parábolas advierten que el diablo también siembra semilla y que Sus seguidores vivirán en medio de “los hijos del reino” hasta “el fin del mundo” (13:38-39). Luego, los ángeles “separarán a los malos de entre los justos” (13:49).

Correctamente conectamos todas las ideas arriba mencionadas con el mensaje del evangelio de salvación. Además, Jesús, conectó el evangelio al reino de los cielos. Marcos 1:14 dice que Jesús comenzó Su ministerio “predicando el evangelio del reino de Dios”. El evangelio y el reino no son dos entidades diferentes —uno es el mensaje, el otro es la organización. Son elementos inseparables en los planes de Dios para la salvación de los pecadores.

Aparte de Mateo 13, hay muchas otras parábolas del reino registradas en los Evangelios. Por ejemplo, en Mateo 22 Jesús enseñó: “El reino de los cielos es semejante a un rey que preparó un banquete de bodas para su hijo; y envió a sus siervos a llamar a los convidados a las bodas” (22:2-3). La entrada al reino es por invitación. Se hace una súplica. Nadie es forzado a entrar. Nadie entra automáticamente, no importa su nacionalidad. Cada individuo —varón o hembra, joven o viejo, americano o africano, rico o pobre, judío o gentil— hace una decisión personal de aceptar o rechazar la invitación para entrar en el reino.

No es Necesariamente Judío

Aun antes de que Jesús comenzara Su ministerio, Juan el Bautista predicaba verdades que tenían un alcance importante sobre la naturaleza del reino. Juan hizo una sorprendente declaración a los judíos: “y no penséis que basta con decir en vuestro interior: Tenemos por padre a Abraham; porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras” (Mateo 3:9).

Dios había hecho al hombre del polvo. Dios había hecho a la mujer de una costilla. Dios había hecho un hijo para Abraham en el vientre de una mujer que había pasado la menopausia. Por tanto, no será problema para Dios hacer más hijos para Abraham de unas piedras. De hecho, hablando espiritualmente, es lo que Dios hizo.

En su primera epístola, el apóstol Pedro escribió a los que habían sido “rescatados… con la sangre preciosa de Cristo… habiendo nacido de nuevo”. Les explica: “vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual… sois… nación santa… que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios” (1 Pedro 1:18-19, 23; 2:5, 9-10). Los que son redimidos por la sangre de Jesús son el pueblo de Dios hoy día. Son una nación santa de Dios, redimida por la sangre del Cordero. El Espíritu Santo ha declarado: “porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo… si vosotros sois de Cristo, entonces sois descendencia de Abraham, y herederos según la promesa” (Gálatas 3:27, 29). Dios toma a Gentiles con corazones de piedra y judíos físicos también con corazones de piedra y los convierte en hijos de Abraham cuando son bautizados en Cristo. Los cristianos hoy día son herederos de las promesas que Dios hizo a Abraham. Los cristianos hoy día son los verdaderos descendientes de Abraham: “si vosotros sois de Cristo, entonces sois descendencia de Abraham”.

Menos de una semana antes de que las multitudes clamaran por Su crucifixión, Jesús habló de este cambio dramático en el trato de Dios con la raza humana (Mateo 21:33-46). En este texto, Él habló acerca de un dueño que puso a unos labradores a cargo de su viña. A su debido tiempo, el dueño envió siervos para recibir los frutos, pero los labradores los maltrataron, hirieron a unos, y mataron a otros. Finalmente, el dueño envió a su propio hijo y los labradores lo mataron. No hay que tener mucho entendimiento bíblico para discernir que el dueño representa a Dios, los siervos a los profetas del Antiguo Testamento y el hijo representa a Jesús. ¿Y los labradores? No pueden ser otra cosa que la nación judía en general o los líderes religiosos en particular. “Y oyendo sus parábolas los principales sacerdotes y los fariseos, entendieron que se refería a ellos” (21:45).

Jesús les dijo a los principales sacerdotes, los ancianos y fariseos —los clérigos judíos— “el reino de Dios os será quitado, y será dado a una nación que produzca los frutos de él” (Mateo 21:43). Jesús sencillamente les dijo, parafraseando en lenguaje popular, “Si ustedes no lo quieren, encontraré a otros que sí lo quieren”. El rechazo del reino de parte de los líderes judíos no cambiaría de ninguna manera los planes de Dios. De hecho, tales textos como Isaías 53:3 y el Salmo 118:22 demuestran que Dios había anticipado su rechazo. Daniel había profetizado: “Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido” (2:44). Ningunas condiciones fueron dadas para establecer el reino. El reino venidero no dependería de una reacción positiva de parte de Israel. Otros más dignos podrían tomar su lugar. “El Dios del cielo levantará…” (itálicas mías). El Nuevo Testamento confirma que el Dios de cielo levantó Su reino y que fue dado a una nueva nación santa.

Antes de dar la parábola de la viña, Jesús ya había dicho a los líderes religiosos de Israel:

De cierto os digo, que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios. Porque vino a vosotros Juan en camino de justicia, y no le creísteis; pero los publicanos y las rameras le creyeron (Mateo 21:31-32).

Una vez más vemos que el reino de Dios tiene que ver con la justicia y la fe. Es un asunto completamente espiritual. Ni el color de la piel, ni la nacionalidad —ni siquiera ser judío— no tenía nada que ver con ser parte del reino de Dios. Era, y todavía es, un asunto del corazón y del espíritu.

Se Negó a Ser un Rey Terrenal

Si Jesús hubiera venido para establecer un reino físico, no hubo mejor tiempo que después de alimentar a los cinco mil. Los judíos estaban tan conmocionados “que iban a venir para apoderarse de él y hacerle rey” (Juan 6:15). Muy lejos de aprovechar la oportunidad, Jesús “volvió a retirarse al monte él solo”. Cuando las multitudes lo encontraron el día siguiente, Jesús predicó un sermón poderoso, haciendo un contraste entre lo físico y lo espiritual:

Respondió Jesús y les dijo: De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque comisteis de los panes y os saciasteis. Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que permanece para vida eterna… Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo… El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna… El espíritu es el que da vida; la carne no aprovecha para nada; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Juan 6:26-27, 51, 54, 63).

¿El resultado? “Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él” (6:66). ¿Desde cuándo? Desde el tiempo que Jesús se negó a llegar a ser su Rey físico. Desde el tiempo que Jesús sondeó profundamente en sus mentes y corazones para descubrir el interior de sus corazones materialistas. Desde el tiempo que Jesús desdeñó la política con sus preocupaciones terrenales, y escogió predicarles de la vida eterna. Desde el tiempo que Jesús se negó a llegar a ser un rey como David y Salomón sobre Israel físico. Desde entonces, muchos discípulos —desilusionados— le volvieron la espalda a Jesús precisamente porque Jesús se negó a establecer el reino literal, físico de Israel que ellos pensaron que los profetas habían prometido.

Discípulos, No Soldados

Al tiempo de la “entrada triunfal”, el fervor y las expectativas de los judíos se alzaron otra vez. Las multitudes clamaron:

¡Hosanná al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!… ¡Bendito el reino venidero de nuestro padre David!… ¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor! (Mateo 21:9; Marcos 11:10; Lucas 19:38)

Ellos proclamaron al Rey, el hijo de David y el reino de David como lo que habían venido en ese momento. Ellos creían que Jesús cumplía las profecías del reino del Antiguo Testamento.

Los judíos conocían la relación estrecha entre David y Jesús —entre el reino de David y el reino de Jesús. Esta relación tenía que ver con linaje y con el hecho de que Dios estaba directamente envuelto. Sin embargo, no sabían que la naturaleza de los dos reyes y la naturaleza de los dos reinos serían muy diferentes.

La semana de la “entrada triunfal” era una de cambios rápidos y dramáticos. Hacia el final de la semana Jesús estaba ante el gobernador romano, Poncio Pilato. Pilato le preguntó a Jesús, “¿Eres tú el Rey de los judíos?” Jesús ofreció una respuesta poderosa y definitiva: “Mi reino no es de este mundo”. Siguió con una aclaración de la relación entre Su reino y la situación política actual diciendo, “si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí” (Juan 18:33, 36).

El reinado y el reino de Jesús eran fundamentalmente diferentes al reino de David. David peleó para que “no fuera entregado” a los filisteos (¿se acuerdan de Goliat?). David también peleó para no ser entregado a los amalecitas, los jebuseos, los moabitas, los sirios, los amonitas y los edomitas. David tenía sus “hombres valientes y esforzados para la guerra” (1 Crónicas 12:25). Como muchos de los héroes del Antiguo Testamento, David era un hombre de violencia, sangre, y guerra. El peleaba por un reino físico, conquistó a Jerusalén, y extendió grandemente su dominio terrenal.

Jesús en contraste dramático, se negó a tomar armas, ni para rescatar Su vida de los judíos, ni para rescatar a Jerusalén de los romanos. Su reinado y Su reino no solamente eran diferentes a los de David, sino que también a los de Roma. “Mi reino no es de este mundo”. Jesús intencionadamente declaró que Su reino no era uno que se expande y toma control por la fuerza de las armas. Babilonia, Persia, Grecia, y Roma, representados en el sueño de la gran imagen en Daniel 2, todos llegaron al poder y mantuvieron el poder por la fuerza de las armas. No es así con el reino de Dios, que iba a comenzar como una piedra que fue cortada “sin intervención de ninguna mano” (2:34).

Si Jesús, el Hijo de David, fuera a establecer un reino como el de David, Él hubiera peleado y echado fuera a los romanos de la Tierra Prometida. No importa lo que las profecías del reino aparenten decir en su contexto del Antiguo Testamento, tienen que ser interpretadas a la luz de la declaración de Jesús al gobernador romano: “Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían” (itálicas mías). El reino de Jesús no tiene soldados; no se defiende ni se extiende por la fuerza de las armas físicas. El reino de Jesús es un reino espiritual.

Pilato claramente entendió las palabras de Jesús, porque Pilato entonces dijo a la multitud, “Yo no hallo en él ningún delito” (Juan 18:38). Si Jesús reclamaba ser el rey de un reino temporal, sería traición contra César y Roma —causa suficiente para aplicar la pena de muerte a Jesús. Cuando Pilato dijo, “Yo no hallo en él ningún delito”, Pilato claramente confesó su propio entendimiento de la naturaleza espiritual del reino de Jesús.

La multitud clamó, “¡Crucifícale!” Pilato trató de todas las maneras que pudo pensar para soltar a Jesús, “Si sueltas a éste, no eres amigo de César; todo el que se hace rey, se opone al César” (Juan 19:12). Los principales sacerdotes gritaron, “No tenemos más rey que César” (19:15). Con esto, Pilato desistió en sus esfuerzos para librar a Jesús y dio órdenes para que Él fuera crucificado como ellos querían.

Decimos que los judíos no entendieron. Sin embargo, hay algo que definitivamente entendieron. ¡Los judíos podían ver que Jesús no iba a establecer un reino terrenal como el reino terrenal de David! Ellos podían ver que Jesús no quería tener ninguna parte con un atentado para echar a los romanos del terreno judío. Ellos podían ver que Jesús no era ni Zelote, ni patriota, ni subversivo.

Es inconcebible que los judíos en los días de Jesús gritaran, “No tenemos más rey que César”. ¡Fue una descarada mentira absoluta! La única razón para ellos gritar tal fabricación era su desesperación para deshacerse de este “hombre” que les predicaba en vez de llegar a ser el rey político que ellos esperaban que fuera. Odiaban a César. Pero odiaban a Jesús más que a César porque Jesús no apoyó la causa de ellos de echar a César de su tierra. Jesús se negó a establecer un reino físico como el de David. Jesús no cumplió con el entendimiento de ellos sobre una interpretación literal de las profecías del reino.

Las Llaves del Reino Prometidas a Pedro

Es ampliamente conocido que Jesús, antes de Su muerte, prometió “las llaves del reino de los cielos” a Simón Pedro. Sin embargo, no es tan ampliamente conocido lo que eran estas “llaves”. Obviamente, el que tiene las llaves controla la entrada. En este caso, es la entrada al reino. Cualquier persona que quiere entrar al reino de Dios tiene que buscar las llaves del apóstol Pedro.

Estas llaves se mencionan solamente en Mateo 16:19. El contexto comenzando con el versículo 13 revela que el tema principal bajo consideración era la identidad de Jesús. El pueblo tenía muchos puntos de vista, pero Pedro tenía razón cuando dijo, “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (16:16). Al responder, Jesús hizo referencia tanto a la iglesia como al reino:

Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que ates en la tierra estará atado en los cielos; y todo lo que desates en la tierra estará desatado en los cielos (Mateo 16:17-19).

No hay ninguna indicación aquí que Jesús cambiara el tema; ciertamente aparenta usar “mi iglesia” y el “reino de los cielos” como dos términos para la misma entidad.

En adición, Jesús conectó el uso de las llaves de parte de Pedro con “todo lo que ates en la tierra… y todo lo que desates en la tierra”. Pedro utilizaría las llaves para atar y desatar en la tierra. Por tanto, él utilizaría las llaves durante su vida en la tierra. Dos capítulos más tarde, Jesús les dice a todos los apóstoles, “todo lo que atéis en la tierra, estará atado en el cielo” (18:18). No sólo Pedro estaría atando y desatando sino también los otros apóstoles.

La idea de atar se deletrea en Mateo 23:2, 4: “Los escribas y los fariseos... atan cargas pesadas y difíciles de llevar”. La acción de “atar” aquí es obviamente lo que maestros religiosos dicen que sus seguidores tienen que hacer. Jesús les dijo a los apóstoles, “todo lo que atéis en la tierra, estará atado en el cielo”. La palabra de los apóstoles sería divinamente autoritativa.

Mientras que todos los apóstoles estarían envueltos en atar y desatar, sólo a Pedro se le darían las llaves del reino. Las llaves abren puertas. Una vez abierta, otros pueden entrar. Así, Cristo escogió a Pedro para abrir las puertas del reino. Pedro sería el primero para decirle al pueblo de Israel lo que se les requería para entrar en el reino de Dios en la tierra.

Puesto que Jesús nunca falla, Sus promesas son profecías. Su promesa de dar a Pedro las llaves del reino es una profecía importante del reino. No podemos entender la verdad acerca del prometido reino de Dios sin tomar en consideración estas palabras de Jesús. La profecía de Jesús dice que Pedro abriría el camino al reino y que haría decretos obligatorios con relación al reino. Al mismo momento, Jesús hizo referencia a Su iglesia —y todos los creyentes entendemos la importancia de Pedro en el establecimiento de la iglesia en el día de Pentecostés en el año 30 d.C. Aún el futurismo aplica esta profecía de las llaves al ministerio terrenal de Pedro en la iglesia comenzando en el día de Pentecostés. Al hacerlo, ¡el futurismo inadvertidamente confiesa que la iglesia es el reino y que el reino de Dios comenzó el día de Pentecostés en el año 30 d.C.!

La Importancia de Pentecostés

Personas religiosas muchas veces hablan con nostalgia de un regreso a Pentecostés. Normalmente están haciendo referencia a hablar en lenguas o a la conversión de grandes multitudes. Sin embargo, ninguna de estas cosas debe ser el asunto principal para nosotros hoy día cuando se evalúa la importancia de ese Pentecostés judío en particular.

Era el año 30 d.C., menos de dos meses después de la muerte y resurrección de Jesús y sólo diez días después de Su ascensión. Antes de que Jesús saliera para ir al cielo, Él dio a Sus apóstoles un mandamiento muy importante: “que no se fueran de Jerusalén, sino que aguardasen” (Hechos 1:4). En Marcos 9:1, Jesús había profetizado que el reino de Dios vendría con poder durante la vida de sus oyentes. Más tarde, después de Su resurrección, Él dijo a Sus apóstoles: “yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre; pero vosotros quedaos en la ciudad, hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto” (Lucas 24:49). Antes de Su ascensión, clarificó más este asunto: “recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo” (Hechos 1:8). El reino vendría con poder durante la vida de ellos, y el Espíritu Santo proveería ese poder.

Todo esto aconteció exactamente diez días después de Su ascensión, en el día de Pentecostés, cuando los doce apóstoles fueron bautizados en el Espíritu Santo (Hechos 2). Hablar en lenguas, por sí solo, no era la cosa importante. Más bien, las lenguas eran una prueba de la cosa importante —el hecho de que Pedro no predicaba sus propias ideas, sino que era infaliblemente inspirado por el Espíritu Santo para interpretar las profecías del Antiguo Testamento, y explicar el significado de la cruz y la tumba vacía, y ¡ofrecer a los judíos el medio divino para entrar en el reino de Dios!

Puesto que Jesús había prometido a Pedro las llaves del reino, no es coincidencia que Pedro era el portavoz principal en el día de Pentecostés. Las llaves abren puertas. Jesús escogió a Pedro para inaugurar el reino de los cielos e informar al pueblo cómo podían entrar. Jesús había dicho que el Hades no prevalecería contra Sus planes de edificar Su iglesia. Uno de los puntos principales de Pedro en su sermón fue que Jesús victoriosamente escapó del Hades; Él había resucitado; Él había ascendido. El Señor resucitado había enviado al Espíritu Santo del cielo con poder. El mismo Jesús que habían crucificado ahora estaba sentado a la diestra de Dios como Señor y Cristo.

Las multitudes, compungidas en lo más profundo de sus almas, clamaron para saber qué podían hacer para ganar el favor de Dios sobre sus vidas pecaminosas. Pedro entonces utilizó las llaves del reino para abrir de par en par las puertas de la iglesia de Jesús. Administrando las llaves para abrir las puertas del prometido reino de Dios, Pedro dijo: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38).

Se Requiere un Segundo Nacimiento

La mayoría de los creyentes no tienen dificultad en reconocer a ese día de Pentecostés en particular como el momento en que la iglesia del Señor comenzó. Pero debemos reconocer igualmente que la declaración de Pedro es una variación y divina explicación de lo que Jesús había dicho a Nicodemo: “el que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:5). Noten el paralelismo entre “nace de agua y del Espíritu” por un lado, y “arrepentíos, y bautícese… y recibiréis el don del Espíritu Santo” por otro. Entrar en el reino y entrar en la iglesia es la misma cosa. Se requiere un nuevo nacimiento.

¿Cuál es la naturaleza del reino de Dios? Escuche al Rey:

Se acercaron los discípulos a Jesús, diciendo: ¿Quién es, entonces mayor en el reino de los cielos? Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como los niños, de ningún modo entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 18:1-3).

El nacimiento físico no lo puede hacer. Grandeza como la miden los hombres no ayudará. Más bien, es asunto de ser convertido y llegar a ser como los niños; de esto se trata el reino de los cielos.

Jesús le dijo al fariseo Nicodemo que el nacimiento como judío por sí solo, nunca proveería entrada al reino de Dios. Jesús explicó: “el que no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios… el que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:3, 5). Ser judío nunca lo haría. Ser religioso nunca lo haría. La educación teológica nunca lo haría. Una experiencia emocional nunca lo haría. Sencillamente aceptar a Jesús en el corazón nunca lo haría. Repetir la oración del pecador a la conclusión de un tratado nunca lo haría. Cualquier cantidad de religión hecha por el hombre no lo haría. “El que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”. El reino de Dios es totalmente un asunto espiritual. La entrada en el reino depende de un segundo nacimiento —no tiene nada que ver con nacimiento físico. El reino de Dios no fue establecido para una nación física. Se les ofrece a hombres, mujeres, y jóvenes de todas las naciones sobre la faz de la tierra el privilegio de llegar a ser miembros del eterno reino de Dios, si llegan a ser como niños y nacen del agua y del Espíritu. El Rey ha hablado.

No Solamente una Cuestión de Profecía

Daniel había profetizado que el reino de Dios sería establecido durante el reinado del Imperio Romano (Daniel 2). Fue cuando Roma gobernaba que Juan el Bautista anunció la llegada inminente del reino de Dios, llamando a Israel al arrepentimiento y a mirar a su Mesías. Jesús hizo la misma proclamación, y el prometió que el reino llegaría con poder durante la vida de los que escuchaban (Marcos 9:1).

Ese poder vino con el derramamiento del Espíritu Santo en el día de Pentecostés en el año 30 d.C. El poder del reino era el poder de salvar al hombre de su pecado, aún el pecado de crucificar a su Mesías. No fue el poder de la espada. No fue el poder de un gobierno teocrático mundial. Fue y es el poder de un mensaje de amor que toca los corazones de los hombres y los cambia de adentro hacia afuera. Fue y es el poder para hacer posible que las almas nazcan de nuevo.

La “cuestión del reino” no es solamente una cuestión académica de profecía sin importancia. La cuestión del reino es un asunto del corazón, y del alma. No tiene que ver meramente con mil años de un reino terrenal. Es un reino celestial “que no será jamás destruido… él permanecerá para siempre” (Daniel 2:44). La cuestión del reino no es asunto de profecías-futuras-que-no-se-han-cumplido-todavía. Es asunto de aceptar o rechazar el reino que Jesús ya ha establecido. Considere cuidadosamente que Jesús señaló el establecimiento de Su reino que tomaría lugar en el primer siglo. Nadie reclama que un reino físico-terrenal comenzó en el primer siglo; todo el mundo sabe que la iglesia de Jesús fue establecida en el primer siglo. No se puede escapar la conclusión: la iglesia es el reino.

El futurismo reconoce que un reino fue establecido en el primer siglo. Después de citar a Juan 18:36, “Mi reino no es de este mundo”, Tim LaHaye dice: “La primera vez vino a establecer un reino espiritual, al cual se entra naciendo de nuevo”.(1) ¡Precisamente! Seguramente, este reino espiritual tiene que ser el reino que Daniel predijo que sería establecido en el tiempo del Imperio Romano. Seguramente este reino espiritual tiene que ser el reino que Jesús prometió que se establecería durante la vida de Sus apóstoles. ¿Cómo podemos escapar de la conclusión de que la iglesia de Jesucristo es el reino de los cielos que tanto Daniel como Jesús predijeron?

La iglesia de Jesús es el reino de Dios —esta es una verdad profunda con poderosas implicaciones. ¿Quién ha oído decir, “Un reino es igual a cualquier otro”? En la esfera espiritual, ¿quién se atrevería recomendar, “Vaya al reino que tú quieres escoger”? Tan seguramente como Jesús es el Rey de un solo reino, Él es Cabeza de una sola iglesia. Pablo les dijo a los santos en Colosas que Dios “nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo” (Colosenses 1:13). Pablo les dijo a los hermanos de Éfeso que Jesús ahora está “encima de todo principado… cabeza sobre todas las cosas a la iglesia” (Efesios 1:21-22). No podemos tener al Rey sin Su reino. No podemos tener la Cabeza sin Su iglesia.

Pablo también nos informó que Jesús “amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (Efesios 5:25). Jesús ama Su reino, Su iglesia. ¿Y nosotros? Una de las cosas más tristes del futurismo hoy día es que coloca a la iglesia de Jesús en un paréntesis o una brecha. El futurismo así enseña que todos los planes eternos de Dios se relacionan con Israel, mientras que la iglesia está meramente ocupando un espacio hasta que el reloj profético de Dios comience a funcionar de nuevo.

¿Es el asunto del reino de Dios solamente una cuestión secundaria de profecía? ¿Qué dijo el Rey Jesús? Al hablar de la diferencia entre preocupaciones materialistas y espirituales, el Rey dijo, “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33). Buscar primeramente el reino de Dios. Esto significa colocar a la iglesia de Jesucristo primero en nuestras vidas. Antes de los trabajos. Antes de la familia y los amigos. Antes de placer vacío. Antes de agendas políticas. No es posible que busquemos “primeramente el reino de Dios” hasta que permitamos que el Rey Jesús tenga la última palabra sobre la naturaleza de ese reino. No es posible que busquemos “primeramente el reino de Dios” hasta que nos despertemos al hecho de que Su reino ya existe. El Rey nos invita a ser súbditos en Su reino hoy día.

Textos bíblicos de la Santa Biblia, Reina Valera Revisada® RVR® Copyright © 2018 por HarperCollins Christian Publishing. Citada con permiso. Reservados todos los derechos en todo el mundo.

Traducido por David L. Elliott et al.

NOTAS:

  1. Tim LaHaye, Apocalipsis Sin Velo, traducción por Cecilia Romanenghi de Francesco (Miami, Florida: Editorial Vida, 2000), p. 317.