No_Quedara_Piedra

 
 

"No Quedará Piedra Sobre Piedra"

Por David Vaughn Elliott

Los judíos ya no ofrecen sacrificios de animales como lo hacían hace muchos siglos. ¿Por qué? Porque no pueden. Dios mandó que los sacrificios se ofrecieran únicamente en el templo en Jerusalén. Los judíos no tienen templo. ¡Ellos no han tenido templo por diecinueve siglos!

Jesús lo Profetizó

El año 70 d.C. marcó el fin. Los ejércitos romanos bajo Tito aplastaron el magnífico templo y también la ciudad entera de Jerusalén. Cuarenta años antes de que sucediera, Jesús había profetizado que este evento que sacudiría la tierra sucedería:

Cuando Jesús salió del templo y mientras iba de camino, se acercaron sus discípulos para mostrarle los edificios del templo. Él respondió y les dijo: ¿Veis todo esto? De cierto os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada (Mateo 24:1-2).

Estas asombrosas palabras fueron únicamente la introducción del discurso de Jesús sobre el futuro de Jerusalén y del templo. Entre otras cosas, señaló el hecho de que esta destrucción ya era el tema de una profecía anterior:

Por tanto, cuando veáis en el lugar santo la abominación de la desolación, anunciada por medio del profeta Daniel (el que lea, entienda), entonces los que estén en Judea, huyan a los montes (Mateo 24:15-16).

Jesús así confirmó y añadió más detalles sobre la profecía hecha por Daniel seis siglos antes. De todos modos ¿cuál era la importancia del templo en Jerusalén?

La Ciudad Más Sagrada del Mundo

Jerusalén es una ciudad única porque hace miles de años ¡el Creador del universo la escogió como Su morada! Dios les dijo a los judíos por medio de Moisés:

El lugar que Jehová vuestro Dios escoja de entre todas vuestras tribus, para poner allí su nombre para su habitación, ése buscaréis, y allá iréis. Y allí llevaréis vuestros holocaustos, vuestros sacrificios (Deuteronomio 12:5-6).

Quinientos años después —mil años antes de Cristo— Dios reveló Su elección al rey David. Pocos años después en la dedicación del templo en Jerusalén, el rey Salomón citó lo que Dios había dicho a su padre, David: “Mas a Jerusalén he elegido para que en ella esté mi nombre… tu hijo [Salomón] que saldrá de tus lomos, él edificará casa a mi nombre” (2 Crónicas 6:6, 9).

Fue Jehová Dios quien escogió a Jerusalén y el templo. Fue Jehová Dios quien decidió cuándo y cómo bendecir a Jerusalén y el templo. Fue el mismo Jehová Dios quien escogería cómo y cuándo castigar a Jerusalén y destruir el mismo templo que fue Su morada.

El Primer Templo Destruido

Aproximadamente doscientos cincuenta años más tarde, Ezequías llegó al poder. Fue uno de los mejores reyes que jamás tuvo Judá. Pero el hijo de Ezequías, Manasés, fue uno de los peores:

Y puso [Manasés] una imagen de Aserá que él había hecho, en la casa de la cual Jehová había dicho a David y a Salomón su hijo: Yo pondré mi nombre para siempre en esta casa, y en Jerusalén, a la cual escogí de todas las tribus de Israel… con tal que guarden y hagan conforme a todas las cosas que yo les he mandado… Por cuanto Manasés rey de Judá ha hecho estas abominaciones… por tanto, así ha dicho Jehová el Dios de Israel: He aquí yo traigo tal mal sobre Jerusalén y sobre Judá, que al que lo oyere le retiñirán ambos oídos” (2 Reyes 21:7-8, 11-12, itálicas mías).

A pesar de que el nieto de Manasés, Josías, fue un rey muy bueno,

Con todo eso, Jehová no desistió del ardor con que su gran ira se había encendido… Y dijo Jehová… desecharé a esta ciudad que había escogido, a Jerusalén, y a la casa de la cual había yo dicho: Mi nombre estará allí” (2 Reyes 23:26-27).

El desastre vino por manos del famoso rey de Babilonia, Nabucodonosor. Puede leer esto en 2 Reyes 24 y 25, y en 2 Crónicas 36. Las fuerzas de Nabucodonosor arremetieron contra Jerusalén cuatro veces. Se llevaron a las mejores personas de Judá a Babilonia. Se llevaron un sinnúmero de tesoros de oro, plata, y bronce, incluyendo todos los utensilios del templo. Mataron a multitudes, quemaron el templo y los palacios y derrumbaron los muros. Jerusalén quedó en ruina total.

La Restauración Había Sido Prometida

Puesto que el profeta Jeremías estuvo en Jerusalén, él fue testigo ocular de esta devastación. Él había dicho repetidamente al pueblo que tal devastación vendría sin lugar a dudas. Pero también dijo de antemano que después de setenta años Dios castigaría a los babilonios y regresaría a Su pueblo de la cautividad (vea Jeremías 25:1-12; 29:10-14).

Uno de los jóvenes de buen parecer que fue llevado cautivo a Babilonia fue Daniel. El conocía bien las profecías de Jeremías y alcanzó la vejez sin olvidarlas. Con el tiempo, los persas conquistaron a Babilonia. Daniel se dio cuenta de que este cambio político coincidía con el cumplimiento de los setenta años que Jeremías había predicho.

Era tiempo de orar con ayuno, con cilicio y cenizas. La oración de Daniel (Daniel 9:2-19) tiene tres temas principales. Primeramente: Dios es fiel y justo, y perdona. Segundo, Judá e Israel son pecadores malvados que merecen el castigo de Dios. Tercero, Daniel le ruega a Dios que recordara ahora la desolación de Jerusalén. En la última parte de la oración, Daniel habla con Dios de “tu ciudad”, “tu santo monte”, “tu pueblo”, y “tu santuario”. Estos son Jerusalén, Sion, Judá (Israel), y el templo. Los setenta años se cumplieron. Daniel anhelaba la restauración de Jerusalén y del pueblo de Dios.

Mientras Daniel oraba, el ángel Gabriel vino y le habló. Las palabras proféticas de Gabriel se encuentran en Daniel 9:24-27, la famosa profecía de las setenta semanas. No olvide la ocasión de esta gran profecía: Jerusalén está en ruinas, el templo no existe, y el pueblo de Judá está en cautividad.

La Profecía del Segundo Templo

Primero, note que esta profecía (Daniel 9:24-27) tiene que ver con “tu pueblo” y “tu santa ciudad”. La profecía está conectada inseparablemente con la oración de Daniel. Segundo, note que se menciona “devastaciones”, “abominación”, “ruina”, y “desolador”. Estos términos conectan esta profecía con la profecía de Jesús en Mateo 24:15: “la abominación de la desolación anunciada por medio del profeta Daniel”.

Gabriel explicó (Daniel 9:25): “Sabe, pues, y entiende, que desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén…” ¡Allí está! He aquí la contestación de la oración de Daniel. Esto es todo lo que él quería. Daniel quería que Dios recordara Su promesa de restaurar a Jerusalén después de setenta años. Dios no contesta directamente a Daniel con un “sí”. Más bien, la contestación de Dios presupone una contestación de “sí”. Utilizó el “sí” sencillamente como punto de partida para revelar eventos más grandes.

Daniel recibió más de lo que había pedido. Sí, Jerusalén sería reconstruida. Sin embargo, en adición, un día en el futuro distante, otra vez alguien “destruirá la ciudad y el santuario” (9:26). ¿Fue, por tanto, el deseo de Daniel inútil? ¿Por qué reconstruir a Jerusalén y el templo de Dios si van a ser destruidos nuevamente? Sin embargo, esto es exactamente lo que dijo la profecía. Jesús hizo referencia a esta parte de la profecía en Mateo 24 cuando dijo, “no quedará aquí piedra sobre piedra”. El templo de Salomón había sido destruido por Nabucodonosor. Un segundo templo, de hecho, sería construido para reemplazar el templo destruido. Sin embargo, ese también sería destruido. ¡Así lo dijo Dios!

La Llegada del Mesías Prometido

La profecía de las setenta semanas predijo que el Segundo Templo acabaría como el Primer Templo. Si esto fuera la totalidad de esta profecía sería en verdad una imagen triste. Sin embargo, hay mucho más. Daniel preguntó acerca del templo, el Monte Sion, Jerusalén, e Israel. En realidad, ninguna de estas cosas de por sí son importantes. La cosa importante es que fueron medios por los cuales Dios traería al Mesías al mundo.

Gabriel le dijo a Daniel cuando el Mesías prometido vendría. Sin entrar en cálculos de fechas exactas, ¡el Mesías vendría en algún tiempo entre la construcción y la destrucción del Segundo Templo! Gabriel dijo: “Que desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas” (9:25).

Después de ese tiempo, “se quitará la vida al Mesías” (9:26). El mismo versículo añade que alguien vendría y “destruirá la ciudad y el santuario”. El bosquejo histórico principal de la profecía es muy claro:

  1. Una orden sería dada para reconstruir a Jerusalén.

  2. El Mesías vendría y se le quitaría la vida (lo matarían).

  3. El Segundo Templo y Jerusalén serían destruidos.

Gabriel reveló estas cosas en el año 538 a.C., el primer año del Imperio Persa. Jerusalén y el segundo Templo fueron destruidos en el año 70 d.C. por los romanos. El Mesías tenía que venir antes del año 70 d.C.

¡Y, de hecho, vino! “Pero cuando vino la plenitud del tiempo, Dios envió a Su Hijo” (Gálatas 4:4). Mientras Jesús comenzaba Su campaña de predicación, Él proclamó, “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:15). Algunos creyeron. Muchos no creyeron.

Al tiempo que Su ministerio llegaba a su fin, Jesús se acercaba a Jerusalén en Su “entrada triunfal” rodeado por multitudes que alababan a Dios enérgicamente a favor de su Rey. Pero cuando Jesús vio a Jerusalén, lloró abiertamente sobre ella. El tiempo del Mesías había llegado, pero debido a que los judíos lo crucificarían dentro de una semana, la perdición de Jerusalén fue sellada:

Y cuando llegó cerca, al ver la ciudad, lloró sobre ella, diciendo: ¡Si también tú conocieses, y de cierto en este tu día, lo que es para tu paz!… Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos… te derribarán a tierra… y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación (Lucas 19:41-44, itálicas mías).

El cumplimiento del tiempo había llegado. El tiempo para la llegada del Mesías. El tiempo para el Reino de Dios había llegado. Pero los judíos no reconocieron el tiempo. Jesús les dio muchas evidencias de que Él era el Mesías. La prueba culminante fue Su resurrección. Pero también otra gran prueba vino en el año 70 d.C. con la destrucción de Jerusalén y el Segundo Templo. Con esta destrucción Dios cerró la puerta sobre cualquier posibilidad futura de la llegada del Mesías. ¡Los judíos que hoy día todavía esperan a su Mesías deberían también quitar Daniel 9 de sus Escrituras! Daniel 9 para siempre prueba que están equivocados. El Mesías tenía que venir antes de la destrucción del Segundo Templo.

Jerusalén es Sitiada

Daniel y Jesús lo profetizaron. La historia secular lo registra. Muchas veces tenemos que buscar registros fuera de la Biblia para poder apreciar completamente la Biblia. La Biblia registra en detalle el cumplimiento de la profecía de que Jerusalén sería reconstruida (vea los libros de Esdras y Nehemías). La Biblia registra en detalle el cumplimiento de la profecía de que el Mesías vendría y le quitarían la vida (vea los cuatro evangelios). Pero ¿qué de la profecía de que el Segundo Templo y todo Jerusalén serían arrasados después de la muerte del Mesías? La Biblia nunca registra el cumplimiento de esta profecía. Tenemos que buscar otras fuentes para encontrar la información.

Estamos especialmente endeudados con Flavio Josefo en este punto. Josefo fue un judío que nació siete años después de la muerte de Jesús. Algunos treinta años después, cuando el fervor de la guerra aumentó grandemente entre los judíos y los romanos, Josefo dirigió las fuerzas judías en Galilea. Cuando allí fue vencido, se rindió a Vespasiano, quien luego llegó a ser emperador en Roma. Vespasiano dejó a su hijo, Tito, como comandante en la campaña contra Palestina. Josefo acompañó a Tito a Jerusalén donde fue testigo ocular de la guerra.

Josefo dedicó sus últimos treinta años para escribir acerca de los judíos. En su primera obra, la Historia de las Guerras Judías, él describe en gran detalle la guerra contra Roma, entre los años 66 a 70 d.C.

Josefo habla de las luchas internas entre los judíos. Describe el asedio de la ciudad por los romanos, y cómo los romanos conquistaron la ciudad, muralla por muralla. El habla de la escasez, los ladrones, la miseria, y la muerte. Muchas personas querían entregarse a los romanos, pero otros estaban determinados a seguir batallando contra los romanos costara lo que costara. Estos judíos partidarios de línea dura (Josefo los llama “los sediciosos”) se opusieron fuertemente a la rendición. Muchos judíos trataron de escapar de la ciudad, pero cuando los partidarios de línea dura con sólo sospechar que alguien intentaba escapar, ¡le cortaban el cuello!

El Segundo Templo Destruido

Los romanos respetaban los lugares santos de las naciones que conquistaban. Tito no quiso destruir el templo de Jerusalén. En tanto que los romanos capturaban más y más de la ciudad, los extremistas se retiraron al área del templo mismo como su última fortaleza desde donde podían pelear. Tito les rogó:

“Si vuestra gente muda el asiento y se pone en otro lugar, ni se llegará al templo alguno de los romanos, ni hará cosa alguna que sea para su afrenta; antes, aunque vosotros no queráis, yo guardaré el templo”.(1)

Los judíos partidarios de línea dura rechazaron la oferta de Tito. Así que estos judíos incrédulos, intransigentes y duros de corazón, que lucharon hasta la muerte para salvar el templo, ¡llegaron a ser el mismo instrumento del cumplimiento de las profecías de Daniel y de Jesús!

Los romanos tomaron el área del templo, atrio por atrio hasta que lo único que quedaba era la misma casa santa con los claustros alrededor. Algunos soldados romanos prendieron fuego a estos cuartos exteriores. Tito trató de intervenir. Sin embargo, sus soldados estaban tan furiosos por la obstinación de los judíos que no se podían detener. El templo no pudo ser salvado.

Cuando se acercaba el fin, Tito tomó la oportunidad para hablar con los que quedaban de los judíos para ver si querían rendirse. Al comenzar su discurso, él hace una declaración notable. Notable porque nos recuerda de la oración de Daniel y de la profecía de Gabriel. Tito exclamó:

¿Estáis ya, pues, hartos del daño y males, oh varones que… con ímpetu mal considerado y furioso echáis a perder la ciudad, el templo y todo el pueblo… ? (itálicas mías).(2)

Los judíos rechazaron la oferta. ¡El Todopoderoso Dios Creador del universo había decretado la destrucción! Josefo dice estas palabras en el libro 7:

No teniendo ya el ejército a quién matar, ni qué robar… mandóles Tito que acabase de destruirla toda y todo el templo también, dejando solamente aquellas torres que eran más altas que todas las otras… y tanto también del muro, cuanto cercaba la ciudad por la parte de occidente. Este por que sirviese de fuerte a los que quedasen allí de guarnición… Derribaron todo el otro cerco de la ciudad, y de tal manera la allanaron toda, que cuantos a ella se llegase apenas creerían haber sido habitada en algún tiempo.(3)

Tito regresó a Roma. El y su padre, Vespasiano, y su hermano, Domiciano, fueron el enfoque de una celebración fabulosa. Entre otras cosas llevadas en la marcha triunfal estaban el candelero de siete brazos y la mesa de los panes de la proposición que habían sido tomados del templo en Jerusalén. Luego cuando Domiciano llegó a ser emperador, en el año 81 d.C. él construyó el Arco de Tito en memoria de la conquista de Jerusalén por Tito. El que visita a Roma hoy día, ¡puede ver dentro del arco un bajo relieve de los soldados romanos llevando el candelero!

¿Por Qué Sucedió Esto?

Marcos 13 y Lucas 21 son paralelos con Mateo 24. Nuestro Salvador dijo en Lucas 21:20, 22: “Pero cuando veáis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su desolación ha llegado… Porque éstos son días de venganza, para que se cumplan todas las cosas que están escritas” (itálicas mías). “Cosas que están escritas” especialmente por Moisés en Deuteronomio 28 y lo que Daniel escribió en Daniel 9.

“Días de venganza”. La venganza del Todopoderoso Dios del cielo. Si no conoce bien el contenido de Deuteronomio 28, sería bueno leerlo. Si el contenido de este capítulo hubiera sido escrito y publicado por un escritor religioso hoy día, ¡ciertamente sería atacado por ser fuertemente antisemita!

Josefo, un judío que no creía en Jesucristo, una y otra vez hace referencia a que la destrucción de Jerusalén fue por la mano de Dios. Por ejemplo, cuando Josefo mismo estaba rogándoles a los judíos que se entreguen a los romanos, él les dice:

… rey de Babilonia [Nabucodonosor] de quien antes hemos hablado, el cual destruyó la ciudad después de haberla tomado, y quemó el templo; aunque, según yo pienso, no había cometido nuestra gente entonces lo que hemos nosotros osado impía y malamente. Quiero, pues, finalmente, decir que, dejando aparte los Santos [Dios ha huido del Santuario], Dios mismo apartó los ojos de esta ciudad y los puso en éstos, con los cuales ahora vosotros guerreáis [los romanos].(4)

La razón de la venganza de Dios se ve más claro en los comentarios de un escritor del siglo dieciocho Thomas Newton. En su obra Dissertations on the Prophecies, él dice:

Las predicciones [de Mateo 24] son las más claras, puesto que las calamidades fueron las más grandes que el mundo jamás haya visto: y ¿cuál pecado atroz podría traer tales juicios tan fuertes sobre la nación e iglesia judía? ¿Se podría asignar cualquier otro motivo, con la mitad de la probabilidad, como la que la Escritura asigna, que no sea la crucifixión del Señor de la gloria?… y al reflexionar encontraremos alguna correspondencia entre su crimen y su castigo. Ellos mataron a Jesús cuando la nación estaba reunida para celebrar la pascua; y cuando la nación se reunió para celebrar la pascua, Tito los encerró dentro de las murallas de Jerusalén. El rechazo del verdadero Mesías fue su crimen; y el seguir falsos mesías para su destrucción fue su castigo. Ellos vendieron y compraron a Jesús como si fuera esclavo; y ellos mismos fueron después vendidos y comprados como esclavos a los precios más bajos. Ellos prefirieron a un ladrón y homicida en vez de Jesús a quien crucificaron entre dos ladrones y ellos mismos luego fueron invadidos por gangas de ladrones y pillos. Ellos mataron a Jesús para que los romanos no vinieran y destruyeran su lugar y su nación [Vea Juan 11:46-48]; y los romanos sí vinieron y sí destruyeron su lugar y su nación. Ellos crucificaron a Jesús ante las murallas de Jerusalén y ante las murallas de Jerusalén ellos mismos fueron crucificados en tan gran números que se dice que faltaba espacio para cruces y faltaban cruces para los cuerpos. Yo creo casi imposible que cualquiera que considere estas cosas, no concluya que la maldición de los mismos judíos sea cumplida asombrosamente sobre ellos, (Mateo 27:25): ‘su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos.’(5)

¿Por qué fue destruido el templo en Jerusalén al extremo de que ni una piedra quedó sobre otra? ¡Porque esto fue lo que Dios quiso! La nación judía rechazó al Hijo de Dios. Dios rechazó a la nación judía. Los sacrificios del templo ya no hacían falta. El Hijo de Dios había hecho el sacrificio perfecto.

Gabriel lo hizo claro a Daniel. Primeramente, el templo y Jerusalén serían reconstruidos. Después el Mesías vendría y moriría. Finalmente, el templo y Jerusalén serían destruidos otra vez. Sólo Dios pudo haber tenido este conocimiento siglos antes. Sólo Dios pudo llevarlo a cabo. Así queda probado que Jesucristo es el Mesías prometido a Israel hacía mucho tiempo. La destrucción de Jerusalén y el templo en el año 70 d.C. llegó a ser una final y contundente prueba de que Jesús de Nazaret fue y es en verdad el Mesías, el Cristo, el Rey y Señor de todos. Servirle es atraer la salvación. Rechazarle es atraer la ira de Dios. ¡Ni una piedra quedó sobre otra!

Textos bíblicos de la Santa Biblia, Reina Valera Revisada® RVR® Copyright © 2018 por HarperCollins Christian Publishing. Citada con permiso. Reservados todos los derechos en todo el mundo.

Traducido por David L. Elliott et al.

NOTAS:

  1. Josefo, Flavio, Las Guerras de los Judíos, Tomo II, (Barcelona, España: Libros CLIE, 1990), Libro Séptimo, IV, p. 214.

  2. Ibid., (Libro Séptimo, XII), p. 240.

  3. Ibid., (Libro Séptimo, XVII), p. 255-256.

  4. Ibid., (Libro Sexto, XI), p. 176.

  5. Thomas Newton, Dissertations on the Prophecies, revised by W. S. Dobson (Philadelphia: J. J. Woodward, 1838), p. 384.