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El Siervo Que Sufre

Por David Vaughn Elliott

"¿QUÉ ME PUEDE dar perdón? Sólo de Jesús la sangre. ¿Y un nuevo corazón? Sólo de Jesús la sangre.” ¿Le suenan estas palabras? ¿Algo que aprendió como niño? O ¿fue una de las primeras cosas que aprendió acerca de Jesús como joven o adulto? El sacrificio de sangre que Jesús hizo para el perdón de los pecados es una verdad básica en el corazón del evangelio.

No Fue Entendido por los Apóstoles de Jesús

Sin embargo, lo que es tan básico y sencillo para muchos de nosotros hoy día, los apóstoles de Jesús no lo entendieron de ninguna manera. Sencillamente no entendieron el propósito de la muerte de Jesús. No lo entendieron durante Su ministerio entero. Ellos pensaban que Su muerte era el fin de sus esperanzas.

“Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día. Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca” (Mateo 16:21,22).

Pedro acababa de confesar que Jesús era el Cristo, el Hijo de Dios. Ciertamente Pedro entendía que “Cristo” significaba “Rey-Señor.” Pero todavía no entendía que también significaba “Sacerdote-Salvador.” Él creía que significaba un reinado triunfante, pero todavía no entendía que también significaba sufrimiento en desgracia.

 Pedro y los judíos en general habían fallado al no capturar el significado de las profecías del Antiguo Testamento con relación al siervo que sufre. Ellos sabían que las profecías existían. Quizás pensaban que “el siervo” se refería a la nación de Israel completa. O, quizás se refería a algún individuo, pero no al Mesías. Para ellos el “Mesías” era el Rey, el Hijo de David. Cuando pensaban en el Mesías como Salvador, era con la idea de salvar a Israel en un sentido físico.

No fue hasta después de la muerte de Jesús y Su resurrección de entre los muertos que Él estuvo preparado y pudo abrir las mentes de los apóstoles. “Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras; y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo (Mesías) padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día” (Lucas 24:45,46). Era el Mesías quien tenía que sufrir.

Era el Mesías quien también tenía que resucitar de entre los muertos. La resurrección es la clave para entender estas dos líneas de pensamiento profético. ¿Cómo podría el Mesías ser tanto Rey eterno como Siervo que sufre? Los seguidores de Jesús pensaban que todo se había acabado cuando Jesús murió. Sin embargo, la resurrección lo aclaró todo. Para que Jesús llegara a ser el Rey glorioso, primero tenía que sufrir.

“¿Por Qué Me Has Desamparado?”

¿Se ha sentido usted abandonado por Dios? ¿Ha conocido la angustia? De esto se trata el Salmo 22. Esta debe ser una de las profecías a las que Jesús hacía referencia en Lucas 24. Hay notables detalles físicos profetizados en este Salmo. (Compare Salmo 22:18 con Juan 19:23,24.) Sin embargo, el impulso del Salmo parece ser principalmente una penetración en el sufrimiento interno del Mesías.

Suspendido entre el cielo y la tierra, Jesús clamó, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Marcos 15:34). Estas son las palabras que abren el Salmo 22. Se trata de agonía inexpresable. Sería difícil encontrar palabras en las Escrituras que expresen más profundamente lo que Jesús sufrió en la cruz.

Se ha dicho muchas veces que Jesús sufrió más que cualquier mero ser humano. Sin embargo, esto no es verdad si consideramos solamente Su sufrimiento físico. La crucifixión es muy cruel. No obstante, en los tiempos modernos y en las edades pasadas, el hombre ha inventado métodos de tortura peores que la crucifixión. ¿Y quién no estaría de acuerdo con el hecho de que el dolor insoportable prolongado de muchas enfermedades terminales es mucho peor que un sólo día de crucifixión? La Biblia misma reconoce que la muerte rápida es mucho mejor que una muerte lenta. “Más dichosos fueron los muertos a espada que los muertos por el hambre” (Lamentaciones 4:9).

Esto no es para minimizar el sufrimiento físico de Jesús. Fue real y fue terrible. Fue más de lo que la mayoría de nosotros jamás sufriremos en esta vida. Su sufrimiento, sin embargo, no fue sólo de cuerpo, sino también del espíritu. Es cierto que nosotros los mortales a menudo sufrimos en espíritu también; ¿pero somos capaces de sufrir en el espíritu lo que Él sufrió?

Jesús era Dios en la carne. “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30). Sin embargo, en Su hora más oscura, el Hijo fue abandonado por el Padre. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué…?” Parte de la respuesta, por lo menos, se encuentra en 2 Corintios 5:21. “Al que no conoció pecado (Jesús), por nosotros lo hizo (Dios) pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.” Jesús fue hecho pecado; el pecado nos separa de Dios. Es demasiado profundo para nuestras mentes humanas entenderlo todo.

Los versículos del 1 al 21 de Salmo 22 continúan con una penetración en el interno sufrimiento espiritual de nuestro precioso Salvador. Muchos de los versículos expresan la vergüenza total que el mismo Hijo de Dios sufrió. En vez de ser alabado y glorificado por el pueblo, Él fue “Oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo. Todos los que me ven me escarnecen” (22:6,7). Muchos de nosotros sabemos lo que es ser rechazados por otros; pero somos meramente seres humanos que somos rechazados por otros seres humanos. Él fue (es) el eterno Verbo y Creador siendo rechazado por Su misma creación. ¡Cómo podríamos entender sus sentimientos en esto!

A través del Salmo los que rechazan a Jesús se llaman toros, leones, perros, y búfalos. Estos “animales” cumplieron la profecía usando las mismas palabras del versículo 8: “Se encomendó a Jehová; líbrele él” (vea Mateo 27:43). Mateo añade estas palabras adicionales, “porque ha dicho: Soy Hijo de Dios.” Esto es como las tentaciones de Satanás a Jesús en el desierto: “Si eres Hijo de Dios…” (Lucas 4:3-9). ¿Cuántos de nosotros podemos soportar un reto a nuestra autoridad, nuestra habilidad, o nuestro conocimiento? Nos defendemos; sin embargo, Él no contestó ni una palabra, ni utilizó Su poder para bajarse de la cruz. Él cargó la vergüenza total por usted y por mí. No fueron los clavos, sino el amor que lo sostuvo en la cruz.

Los últimos diez versículos de Salmo 22 tienen un tema muy distinto. Es un tema que se ve brevemente en varios versículos anteriores. Es un mensaje de victoria, de Dios que oye el clamor del Mesías, de la ayuda de Dios para Su afligido. Es un llamado a alabar, glorificar, temer, y adorar al Dios del Cielo quien contestó el clamor del Mesías. A pesar de que estos versículos no lo digan directamente, presuponen la resurrección del Mesías. Jesús no triunfó arrancándose de la cruz sino, ¡triunfó sometiéndose a la cruz, para que pudiera ser enterrado y luego resucitar de entre los muertos!

Esta porción victoriosa del Salmo comienza con el Mesías haciendo referencia a nosotros como “hermanos” (22:22). El escritor de Hebreos cita esto y da una larga explicación de su significado (Hebreos 2:10-18). Para poder llamarnos “hermanos,” el Mesías tuvo que llegar a ser carne y sangre como nosotros. Él también tuvo que sufrir como nosotros. Él tuvo que experimentar la muerte como nosotros. Todo Su sufrimiento trajo resultados tremendos para nosotros.

El Bautismo del Sufrimiento

El Nuevo Testamento menciona cinco bautismos: dos en agua, uno en fuego, uno en el Espíritu Santo, y uno en sufrimiento. Jesús se refiere al último con referencia a Él mismo en Marcos 10:38. “¿Podéis beber del vaso que yo bebo, o ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado?” ¿Cuál bautismo es éste? La forma de la pregunta indica que está hablando de algo difícil—ciertamente no fue el bautismo de Jesús en agua. Jesús hace referencia tanto al bautismo como al “vaso.” En Getsemaní el “vaso” claramente se refiere al día de Su sufrimiento en juicio y en la cruz (Marcos 14:34-36). Su bautismo en Lucas 12:50 debe ser este mismo vaso. Dos símbolos presentan el mismo sufrimiento. “De un bautismo tengo que ser bautizado; y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla!”

“Bautismo” es una palabra de acción. La acción es inmersión, anegarse (sumergirse) completamente. Jesús no fue rociado con sufrimiento; no tuvo un poco de sufrimiento derramado sobre Él. Desde Getsemaní hasta el Calvario, Él fue totalmente sumergido en sufrimiento, se anegó.

El bautismo del sufrimiento fue profetizado en Salmo 69:1, 2, 14, y 15. “Sálvame, oh Dios, Porque las aguas han entrado hasta el alma…He venido a abismos de aguas, y la corriente me ha anegado…Sea yo libertado de los que me aborrecen, y de lo profundo de las aguas. No me anegue la corriente de las aguas.”

Igual al Salmo 22, el Salmo 69 habla de los enemigos de nuestro Señor. “Se han aumentado más que los cabellos de mi cabeza los que me aborrecen sin causa” (Salmo 69:4). Esta fue la primera de varias expresiones que representan a los adversarios de Jesús, sus falsos acusadores.

El Salmo 69 incluso profetiza que María, la madre de Jesús, daría a luz a otros hijos, y que estos hermanos terrenales no creerían en Él. El versículo 8 dice, “Extraño he sido para mis hermanos, y desconocido para los hijos de mi madre.” Los hermanos terrenales de Jesús se nombran en Mateo 13:53-56. El cumplimiento de la profecía se encuentra en Juan 7:5. “Porque ni aun sus hermanos creían en él.”

Dos textos del Nuevo Testamento citan el próximo versículo (69:9), diciendo que Jesús lo cumplió. La primera parte del versículo tiene referencia a la limpieza del templo, y así lo entendían los discípulos de Jesús (Juan 2:17). La segunda parte, que habla de los vituperios que Jesús sufriría, se cita en Romanos 15:3 donde indica que fue cumplida en Jesús.

Qué profecía más interesante pero triste se encuentra en el Salmo 69:12: “me zaherían en sus canciones los bebedores.” Muchos hemos escuchado estas canciones. Los que tenemos experiencia con iglesias pequeñas en el mismo medio de la ciudad sabemos que muchos hombres llegan a las puertas de la iglesia y hablan de querer seguir a Jesús solamente cuando están borrachos. Por ejemplo, hubo un hombre en la ciudad de Nueva York que no hablaría de las cosas espirituales cuando estaba sobrio. Pero cuando se emborrachaba, llamaba a un predicador a la medianoche queriendo oír la lectura de un Salmo.

Igual al Salmo 22, el Salmo 69 habla del sufrimiento interno del Salvador. “El escarnio ha quebrantado mi corazón, y estoy acongojado. Esperé quien se compadeciese de mí, y no lo hubo; y consoladores, y ninguno hallé” (69:20). No habla de “ninguno” en el sentido absoluto. Hubo unas pocas personas al pie de la cruz que se compadecieron. ¿Pero dónde estaban los miles que lo habían seguido antes? De los doce apóstoles, sólo Juan estaba cerca.

“Molido por Nuestros Pecados”

Isaías 53 es una de las profecías mesiánicas más importantes. Los Salmos 22 y 69 nos dan una penetración profética en el sufrimiento que el Mesías padecería. Sin embargo, no explican por qué sufriría. Isaías 53, por el otro lado, profetiza lo que sufriría y por qué.

Dios llama al Mesías “Mi Siervo” en Isaías 42:1-4, (citado en Mateo 12:15-21). En Isaías 53:11 Dios lo llama “Mi Siervo Justo.” Llamar “Siervo” al Mesías resalta Su humildad. Resalta Su humanidad. Jesús es el Hijo de Dios, sin duda. Sin embargo, en los cuatro evangelios, se hace referencia a Él como “Hijo del hombre” casi 80 veces. Esto es más que el doble de la cantidad de veces que se llama “Hijo de Dios.”

El bello pasaje de Filipenses 2:5-8 dice, “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.”

Un día en el camino de Jerusalén a Gaza, un etíope en su carro leía acerca de este humilde Siervo que sufre. No estaba leyendo el texto en Filipenses. Esto no se había escrito todavía, sino, leía las palabras que Isaías había escrito hacía más de siete siglos. El etíope no entendía. Él necesitaba conocer los hechos históricos de su cumplimiento. Así que cuando Felipe vino a él, “abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura (Isaías 53), le anunció el evangelio de Jesús” (Vea Hechos 8:26-40.)

Isaías 53 es un texto perfecto del cual podemos predicar a Jesús. Nos dice que Jesús no era una estrella de Hollywood como muchos artistas lo pintan. “no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos” (versículo 2). No parecía divino. No tenía una aureola. Ni siquiera usaba ropa para hacerse ver diferente como tantas veces lo pintan. Si esto hubiera sido el caso, no habría necesidad de que Judas lo identificara con un beso (Marcos 14:43-46). Jesús parecía un ser humano ordinario, un siervo.

“Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto… Angustiado él, y afligido…Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento” (Isaías 53:3,7,10). Todo esto concuerda con los Salmos 22 y 69 con los muchos detalles que se cumplen en los Evangelios. El Señor sufrió agonía indescriptible. Le escupieron. Le pusieron una caña en Su mano como un cetro simulado de burla. Le pusieron una corona de espinas en la cabeza. Se burlaron de Él por reclamar ser rey. ¡Sin mencionar los azotes y los clavos en la cruz!

Bien que Isaías 53 va más allá de los Salmos. En una manera más clara que todos los otros textos del Antiguo Testamento, Isaías profetiza por qué el Siervo sufriría: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones…mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros…por la rebelión de mi pueblo fue herido… Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado…por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos…por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores” (Isaías 53:5, 6, 8, 10, 11, y 12). ¿Hay algún texto del Nuevo Testamento más claro? Con estos versículos en mente podemos apreciar mejor 1 Corintios 15:3: “Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras.” Ciertamente Isaías 53 es la principal entre estas Escrituras.

El bien conocido Romanos 3:23 dice, “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios.” Isaías 53:6 dice lo mismo, pero más poéticamente. “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.” No somos como el majestuoso león. No somos como el perro servicial que puede hacer muchas cosas para su amo. Al contrario, el Amo tiene que cuidarnos. Como ovejas nos hemos descarriados; nos hemos perdidos. Gracias a Dios que el Siervo que sufre vino al mundo a buscar y a salvar los que se habían perdidos.

Jesús y la Sanidad

Isaías 53 es claro: todos somos pecadores; por esto Jesús murió. Algunos creen que Jesús también murió por nuestras enfermedades físicas. Ellos enseñan que las enfermedades provienen sólo del diablo y que una persona no se enfermará si su vida está bien con Dios.

En un sentido, no hay duda de que Jesús murió por nuestras enfermedades. Él murió para salvarnos y para llevarnos a su hogar eterno. En la nueva Jerusalén “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apocalipsis 21:4). La muerte y la resurrección de Jesús hacen posible la nueva Jerusalén. En este sentido, , murió para llevar todas nuestras enfermedades.

Pero en la vida en esta tierra, todos los hombres (salvos y no salvos) están sujetos a las lágrimas, la tristeza, el dolor, y la muerte. Esto incluye la enfermedad. Timoteo, por ejemplo, un gran hombre de Dios, sufrió de muchos problemas en el estómago. El apóstol Pablo no le dijo a Timoteo que se arrepintiera y arreglara su vida con Dios. Antes bien, le dio un remedio natural (1 Timoteo 5:23).

Isaías 53 sí profetiza algo con relación a la enfermedad física. Sin embargo, la profecía no se conecta con el Cielo, ni con la cruz, ni con el plan de Dios para todo Su pueblo aquí y ahora. El versículo 4 dice, “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores.”

Los Evangelios hablan claramente del cumplimiento de estas palabras. Se conectan con el ministerio de sanidad antes de la cruz. Mateo 8:16,17 lee: “y con la palabra echó fuera a los demonios, y sanó a todos los enfermos; para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: Él mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias.” Las palabras son un poco diferente en diferentes versiones de la Biblia hoy día, pero tiene que ser Isaías 53:4. El cumplimiento no es en la cruz, sino en el ministerio de sanidad de Jesús. La Biblia nos lo dice.

Isaías 53:5,6 es otra cosa. Aquí habla de ser herido, molido, y recibir llagas. ¿Por qué? Por nuestras rebeliones y nuestros pecados. “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.”

Hay dudas sobre la frase “y por su llaga fuimos nosotros curados.” ¿Curados en qué sentido? Si dejamos que el contexto nos hable, encontramos “rebeliones” y “pecados” antes de “curados.” También encontramos “nos descarriamos,” y “el pecado de todos nosotros” inmediatamente después de “curados.” ¿No hace esto que la sanidad sea espiritual?

Pedro hace referencia a Isaías 53:5-6 en 1 Pedro 2:24,25. Otra vez note en el contexto a cuál “sanidad” se refiere. “Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados. Porque vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas.” Todo tiene que ver con el pecado y la salvación del alma. La única cosa mencionada acerca del cuerpo es que Jesús llevó nuestros pecados en Su cuerpo.

Esto es como el Salmo 41:4. “Yo dije: Jehová, ten misericordia de mí; sana mi alma, porque contra ti he pecado.” Note también el Salmo 147:3, “Él sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas.” Jeremías 3:22 contiene un ejemplo más. “Convertíos, hijos rebeldes, y sanaré vuestras rebeliones.”

Se Cumplió el Plan de Dios para la Salvación

No se puede ver la muerte de Jesús como un fracaso. Tampoco murió como mártir. Su muerte no interrumpió inesperadamente un ministerio fructífero. Al contrario, un estudio de la profecía ha demostrado que la muerte del Mesías fue parte del plan. No sólo la muerte en sí, sino también el propósito de esa muerte.

Todo fue parte del plan de Dios desde la caída del hombre en el jardín de Edén. Génesis 3:15, sin otras referencias, no tiene un significado claro. Uno tiene que tomar en consideración las profecías del Antiguo Testamento y todos los cumplimientos del Nuevo Testamento. Luego, se puede ver que Génesis 3:15 es la primera referencia a la muerte del Mesías.

Realmente, Dios tenía todo en Su plan antes de la caída del hombre, aun antes de la creación del mundo. Apocalipsis 13:8, al hacer referencia a Jesús, habla del “Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo.” Pedro, en el día de Pentecostés acusa a los judíos de ser culpables por haber matado a Jesús. Sin embargo, él clarifica que la entrega de Jesús a la muerte vino “por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios” (Hechos 2:23). Algunos días después, Pedro dijo, “Pero Dios ha cumplido así lo que había antes anunciado por boca de todos sus profetas, que su Cristo había de padecer” (Hechos 3:18).

Jesús mismo había predicho la razón. “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45). Antes que Jesús comenzara su ministerio, Juan el Bautista claramente señaló el propósito central de todo cuando clamó, “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” (Juan 1:29).

Toda la evidencia demuestra que fue el eterno plan de Dios que Su Hijo muriera por nuestros pecados. Lejos de ser un fracaso, la aceptación de Jesús de su muerte en el Calvario fue un cumplimiento directo de las profecías y la obediencia directa al plan eterno de Dios. ¡Gloria a Dios que Jesús fue dispuesto a ser el Siervo que sufre! ¡Fue por mi salvación y por la de usted!

El Texto Bíblico ha sido tomado de la versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso.

Traducido por David L. Elliott et al.